EL MENÚ

 



EL MENÚ.

La comida la definía en más de un sentido. Las fresas eran sus favoritas pero había algo que no podía tolerar: los frutos secos. Sólo pensar en ellos la ponía enferma. Esta sensación la había acompañado desde que tenía memoria. Era lo único que podía hacerla sentir incómoda e intranquila. Intentaba tener cuidado con lo que comía, pero a veces era difícil evitarlo. Cuando llovía o el cielo estaba nublado, sentía una mayor sensibilidad a los diferentes sabores y texturas de los alimentos. Tenía que estar muy atenta a lo que consumía, ya que incluso la más pequeña cantidad de frutos secos podía ponerla en un estado de angustia. Su alergia se había convertido en parte de su vida. La comida era una fuente de consuelo y emoción para ella, luchaba por mantener el equilibrio entre sus necesidades físicas y emocionales, y a menudo se encontraba en un ciclo aparentemente interminable de antojos.

Un día por equivocación el mesero colocó un pequeño tazón de ensalada con frutos secos en su mesa, al momento en que ella iba a checar los platillos  se acercó un joven bastante apuesto, quien señalando el tazón de ensalada le dió a entender que éste le pertenecía, ella asintió con la cabeza y dejó que el tomara el recipiente. El restaurante era muy concurrido y había una gran fila de personas esperando turno así que el mesero muy amablemente le pidió a la chica que compartiera la mesa con el joven.

La comida se hizo muy amena, los dos conversaban al mismo tiempo que degustaban de la comida, ella estaba tan emocionada que perdió la noción del tiempo, pidieron algo mas de beber, algo un poquito fuerte para soportar el cúmulo de emociones que se iban cargando en el ambiente, al terminar los dos se tomaron de la mano y salieron muy satisfechos del restaurante.  Los platillos habían desaparecido de la mesa y sólo dejaron  el pequeño tazón de ensalada.