LA CHICA DEL ACORDEÓN

LA CHICA DEL ACORDEÓN.

 


La poesía no se me da, lo mío es cantar, pero de que me sirve tener talento si he cometido pecado, la maestra de mecanografía lo ha adivinado con solo mirarme, ¿estás embarazada, verdad? Me ha dicho, yo no le he ocultado nada, ya no es un secreto todos lo comentan, yo tuve la culpa porque le robé su libertad a un compañero inocente, en cuanto llegue a casa mi madre me colgará del árbol y me pondrá chile en mis partes por pu, si, ya parece que escucho sus gritos, esos gritos que lastiman mas que las miradas de mis compañeros, un trofeo de canto no sirve para que yo obtenga el perdón, bonita la he hecho, éste horrible uniforme me estorba, no me lo merezco, tanto esfuerzo para llegar hasta aquí y de un momento a otro me he convertido en un gusano. Ahora se lo que sentía Kafka cuando se despertó convertido en aquel bicho tan horrible, ojalá y pudiera encerrarme como él en mi habitación para que nadie me vea. Si algo detesto en la vida son las miradas de lástima y misericordia, me entra una rabia, me dan ganas de volver a abrir las patas para que me odien y me calumnien eso es mas aceptable, voy a ir con Doña Tomasa para ver si me da uno de esos brebajes milagrosos que te libran del pecado, lo peor que me puede pasar es que me maten a pedradas. Ésta vez sí que voy a arrastrar todas las materias y de suerte hasta pierdo el año, el último de la secundaria, el único que me faltaba para poder conseguir un trabajo decente. Los maestros no deberían de ser tan exigentes con las mujeres, al fin que todas corremos el mismo riesgo, alguna holgura o protección debemos tener ya que cargamos con ésta responsabilidad genética-natural, después de todo que culpa tengo yo de ser mujer.

Mi abuela se me apareció la otra noche mientras dormía, y me ha dado una paliza que al despertar me dolía todo el cuerpo. El Director de la Secu me mandó a llamar, yo no sabía que Doña Tomasa era prima del Direc, me paré frente a él y empezó a mirarme de arriba hacia abajo y con una sonrisita burlona le hizo señas a la prefecta para que nos marcháramos. Seguro no le gusté por flaca, Dios bendito que me has hecho poco apetecible así mis batallas van a ser menos pesadas.

El día de los exámenes finales hice lo que Toribio me sugirió, me puse un pequeño papel entre las piernas con todas las respuestas que conseguí del otro grupo de tercero, tenía frente a mí al maestro que más bien parecía un soldado Nazi salido de época, se paseaba alrededor mío y yo abriendo y cerrando las piernas como si nada, en una de esas que veo una pequeña gotita de sangre sobre el acordeón, me asusté tanto que en menos de una hora terminé el exámen, corrí despavorida al baño y me protegí con una toalla sanitaria. Salí orgullosa por el pasillo y me despedí de mis compañeros, probablemente solo fué un retraso pero el susto si que estuvo grande. Ya no lo vuelvo a hacer.